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lunes, 27 de mayo de 2013

CUENTOS ARGUEDINOS


"EL SUEÑO DEL PONGO"
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Narra la historia de un hombrecito que era sirviente y pequeño de estatura. El patrón de la hacienda siempre se burlaba del hombrecillo delante de muchas personas. El pongo no hablaba con nadie; trabajaba calladito y comía sin hablar.
Todo cuanto le ordenaban, cumplía sin decir nada. El patrón tenía la costumbre de maltratarlo y fastidiado delante de toda la servidumbre, cuando los sirvientes se reunían para rezar el Ave María en el corredor de la casa hacienda.
El patrón burlándose le decía muchas cosas: "Creo que eres perro, "ladra", "ponte en cuatro patas", "trota de costado como perro". El pongo hacía todo lo que le ordenaba y el patrón reía a mandíbula batiente.
El patrón hacía lo que le daba la gana con el hombrecillo. Pero... una tarde, a la hora del Ave María, cuando el corredor estaba repleto de gente de la hacienda, el hombrecito le dijo a su patrón: "Gran señor, dame tu licencia; padrecito mío, quiero hablarte".
El patrón le dice: "Habla... si puedes". Entonces el pongo empieza a contarle al patrón lo que había soñado anoche: "Oye patroncito, anoche soñé que los dos habíamos muerto y estábamos desnudos ante los ojos de nuestro gran padre San Francisco, Él nos examinó con sus ojos el corazón del tuyo y del mío.
El padre San Francisco ordenó al Ángel mayor que te eche toda la miel que estaba en la copa de oro. La cosa es que el ángel, levantando la miel con sus manos enlució todo tu cuerpecito, desde la cabeza hasta las uñas de tus pies, Bien, ahora me tocaba a mí, nuestro gran Padre le dijo a un ángel viejo:
 "Oye, viejo, embadurna el cuerpo de este hombrecito con el excremento que hay en esa lata que has traído: todo el cuerpo, de cualquier manera, cúbrelo como puedas, ¡Rápido!" Entonces, patroncito, el ángel viejo, sacando el excremento de la lata, me cubrió todo el cuerpo con esa porquería. Espérate, pues, patroncito, ahí no queda la cosa.
Nuestro gran Padre nos dijo a los dos: "Ahora, “lámanse el uno al otro; despacio, por mucho tiempo".



                                                        

 "WARMA KUYAY "

Ernesto es un niño que vive en una hacienda llamada Viseca que es propiedad de su tío y de un señor llamado Froylán. El pasa casi todo su tiempo con los indios de la hacienda.
A su corta edad siente haberse enamorado de una india llamada Justina que es mucho mayor que él, pero para Ernesto eso no significa un impedimento, ya que él adora a la india.
Justinacha tiene un enamorado que se llama el Kutu,”cara de sapo” le dice Ernesto. Le reclama a Justina el porqué lo quiere al Kutu y no a él. Un día don Froylán viola a la Justina. El Kutu está de rabia y no sabe qué hacer.
Se encuentra con Ernesto y le cuenta lo que ha pasado con la Justina. Ernesto anida en su corazón odio hacia don Froylán y deciden con el Kutu vengarse. El Kutu lo conduce hacia el corral en donde se encuentran los becerritos del patrón, el Kutu va escogiendo uno a uno y los va flagelando hasta cansarse mientras Ernesto observaba y en algún momento llegó a sentir satisfacción.
Pero al día siguiente Ernesto acusó al Kutu de asesino de animales y le increpó que no supo defender a la Justina y que no debía estar en Viseca porque ya nadie lo quería. El Kutu se marchó a otra hacienda y Ernesto se quedó al lado de la Justina que a pesar que él nunca iba estar con ella se consolaba con la idea de que estaría bajo el mismo cielo que su adorada india.

                                                       

LA AGONIA DE RASU ÑITI

“La agonía de Rasu Ñiti “es una escena de ballet, con la danza del bailarín de la altura (Dansak: bailarín): “Rasu Ñiti, que aplasta la nieve), con el cuadro mágico de los concurrentes a este baile final, donde el oficiante, el dansak “Rasu Ñiti”, esta envuelto en las ricas vestimentas que lo particularizan: el tapavala adornado con hilos de oro; la montera; sobre cuyas inmensas faldas, entre cintas labradas; brillan espejos en formas de estrellas; sombrero; del cual caía una rama de cintas de varios colores; pantalones de terciopelo y zapatillas.
La música que acompaña al dansak “Rasu Ñiti” se siente en variadas tonalidades, y es interpretada por “Lurucha”, el arpista, y por don Pascual, el violinista. “Rasu Ñiti” estaba tendido en el suelo de su habitación, sobre una cama de pellejos. Por la única ventana, cerca del mojinete entraba la luz del sol que daba sobre un cuero de vaca que colgaba de unos de los maderos del techo y, la sombra producida, caía a un lado de la cama del bailarín.
A pesar del oscuro del ambiente, era posible distinguir las ollas, los sacos de papas, los copos de lana, y aun los cuyes cuando salían algo espantados de sus huecos u exploraban en el silencio. Cuando sintió que era ya el momento, se levanto y pudo llegar hasta la petaca de cuero e que guardaba su traje de dansak y sus tijeras de acero. Se puso el guante en la mano derecha y empezó a tocar las tijeras.
La mujer del bailarín y sus dos hijas que desgranaban maíz en el corredor, corrieron a la puerta de la habitación cuando oyeran las tijeras que sonaban mas vivamente. Encontraron a “Rasu Ñiti” que se estaba poniendo la chaqueta ornada de espejos. El bailarín pidió a su mujer que llamaran al “larucha” y a don Pascual, porque ya el corazón le había avisado que había llegado el momento en que el tenia que recibir al Wamani (Dios montaña que se presenta en figura de cóndor).
“Rasu Ñiti” sentía que el Wamani le estaba hablando directamente al pecho; pero su mujer no podía oírlo. La mujer se inclino ante el dansak y le abrazo los pies. Estaba ya vestido con todas sus insignias, un pañuelo blanco le cubría parte de la frente.
La seda azul de su chaqueta, los espejos, la tela roja de los pantalones ardía bajo el angosto rayo del sol que fulguraba en la sombra del tugurio que era la casa del indio Huancayre, el gran dansak “Rasu Ñiti”, cuya presencia se esperaba, casi se temía y era luz de la fiestas de centenares de pueblos. Cuando el bailarín interrogo a su mujer sobre si veía al Wamani sobre su cabeza, esta le contesto que si, que era de color gris y que la mancha blanca de su espalda estaba ardiendo.
El tumulto de la gente que venia a la casa del bailarín se oía ya muy cerca. Cuando las hijas del danzarín, que habían ido a llamar al “lurucha” y a don Pascual, regresaron, Pedro Huancayre el gran dansak “Rasu Ñiti” , ya tenia el pañuelo rojo en la mano izquierda. Su rostro enmarcado por el pañuelo blanco, casi salido del cuerpo, resaltaba por que todo el traje de color y luces y la gran montera lo rodeaban , se diluían para alumbrarlo,; su rostro cetrino casi no tenia expresión.
Solo sus ojos aparecían hundidos como en un mundo, entre los colores del traje y la rigidez de los músculos. “Rasu Ñiti” empezó a tocar las tijeras. Cuando llego Lurucha, el arpista del dansak, tocando, ya la fina luz del acero era profunda; le seguía don Pascual, el violinista. El Lurucha, que comandaba siempre el dúo, hacia estallar con su uña de acero las cuerdas de alambre y las de tripa.

Tras de los músicos marchaba un joven: “Atok Sayku”, el discípulo de “Rasu Ñiti”. También se había vestido; pero no tocaba las tijeras. “Rasu Ñiti” vivía en un caserío no más de veinte familias. Los pueblos grandes estaban a pocas leguas. Tras de los músicos venia un pequeño grupo de gente. Cuando “Rasu Ñiti” sintió que ya el final se acercaba, pidió al arpista que tocara.

3 comentarios:

  1. que interesantes historias divertidas de verdad que deleite es leer estas antologias d nuestra region y saber que tenemos una rica tradicion grasias por hacernos conocer nuestras ccultura

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  2. muchas grasias Jansi Cordova pues seguiremos adjuntado mas sobre nuestra cultura nuestras tradicionos y muchas cosas k nos hacen sentir orgullosos :)

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